RESIDENCIA ANTONIO CARO
2019
El encargo era claro: con un presupuesto limitado debíamos construir algo que conviviera con la lógica y la fantasía, como un traje a medida que fuese cómodo, informal, lleno de vida, sin abandonar la eficacia.
El encargo era claro: con un presupuesto limitado debíamos construir algo que conviviera con la lógica y la fantasía, como un traje a medida que fuese cómodo, informal, lleno de vida, sin abandonar la eficacia.
No una residencia para la foto, sino para quienes la habitan —un lugar donde el estudiante no sea un forastero, sino el protagonista de un espacio que le pertenece emocionalmente—. Eso quería decir diseñar para que “el lugar te acompañe, no te mire”, parafraseando (con espíritu) el enfoque que Lina Bo Bardi tenía sobre la arquitectura como escenario de juego y vida cotidiana.
“Jugar mientras se construye”: ese podría ser el mantra. Como ella decía, el diseño no es un objeto estático, sino una invitación a participar, a descubrir, a sentirse libre dentro de un marco pensado.
Planta baja. Aquí la residencia se abre y se muestra. No es para padres ni para visitas: es el territorio de los estudiantes. Zonas comunes unificadas, espacios camaleónicos capaces de mutar entre comedor, sala de estudio o área de ocio sin perder identidad. El comedor, en contacto directo con la terraza cubierta —pieza clave y reclamo sensorial—, puede extenderse e invadir otros espacios sin interferir en el descanso de las habitaciones. Nada más entrar, el estudiante ya siente que este lugar es suyo. Como en algunos hoteles actuales, la recepción se integra con la cafetería, invitando a quedarse y participar sin protocolos.
Planta semisótano. Aquí se concentran el salón social, aulas, biblioteca y gimnasio. No se cede a la rigidez de la metodología convencional: con creatividad y sentido común se mejoran los usos y se trabajan los sentidos. El gimnasio funciona como un paréntesis de silencio frente a la intensidad social de la residencia, un lugar donde abstraerse y reequilibrar cuerpo y mente.
Plantas de habitaciones. Dormir, estudiar, descansar. En esos momentos duros del curso, el pasillo no debe convertirse en un túnel hacia la “sala de torturas” de los exámenes. Debe entretener, sorprender, dirigir la mirada hacia estímulos que alivien la rutina. Un proyecto más formal quizá los haría neutros y correctos; aquí se buscó algo más: informalidad controlada, guiños visuales, materiales cálidos pero resistentes, y soluciones constructivas pensadas para evitar deterioros y prolongar la vida útil.
Dada la variedad de tipologías, se diseñó un mobiliario tipo “mecano” que permitiera optimizar la ejecución: según las dimensiones de cada habitación, se instalaban más o menos piezas. Los baños se prefabricaron y diseñaron en taller, facilitando la obra sin perder calidad ni detalle.
Jardín y exteriores. La residencia cuenta con un jardín inmenso y unas vistas privilegiadas al Parque del Oeste y a la Casa de Campo: un lujo inesperado en Madrid. Como decía Lina Bo Bardi, “el exterior es también una habitación”. Diseñar mobiliario específico para el jardín resolvió la falta de espacios comunes interiores y fomentó un uso activo del exterior para estudiar, descansar o socializar rodeados de naturaleza.
Salón de actos. Se concibió como un espacio multifuncional. El mobiliario, diseñado a medida, puede desaparecer integrándose en las paredes, dejando la planta libre para eventos. La mayor parte del tiempo, este mobiliario se despliega para ofrecer configuraciones diversas que facilitan el estudio, el trabajo colaborativo o la comunicación social.
La vida universitaria es un juego serio: se estudia, se crece, se vive intensamente. El diseño que la acoge debe resistir el tiempo sin aburrir, convertirse en parte de esos recuerdos que, años después, aparecen con una sonrisa. Un espacio que, sin que lo notes, también te educa en la belleza y en la sensibilidad.
No una residencia para la foto, sino para quienes la habitan —un lugar donde el estudiante no sea un forastero, sino el protagonista de un espacio que le pertenece emocionalmente—. Eso quería decir diseñar para que “el lugar te acompañe, no te mire”, parafraseando (con espíritu) el enfoque que Lina Bo Bardi tenía sobre la arquitectura como escenario de juego y vida cotidiana.
“Jugar mientras se construye”: ese podría ser el mantra. Como ella decía, el diseño no es un objeto estático, sino una invitación a participar, a descubrir, a sentirse libre dentro de un marco pensado.
Planta baja. Aquí la residencia se abre y se muestra. No es para padres ni para visitas: es el territorio de los estudiantes. Zonas comunes unificadas, espacios camaleónicos capaces de mutar entre comedor, sala de estudio o área de ocio sin perder identidad. El comedor, en contacto directo con la terraza cubierta —pieza clave y reclamo sensorial—, puede extenderse e invadir otros espacios sin interferir en el descanso de las habitaciones. Nada más entrar, el estudiante ya siente que este lugar es suyo. Como en algunos hoteles actuales, la recepción se integra con la cafetería, invitando a quedarse y participar sin protocolos.
Planta semisótano. Aquí se concentran el salón social, aulas, biblioteca y gimnasio. No se cede a la rigidez de la metodología convencional: con creatividad y sentido común se mejoran los usos y se trabajan los sentidos. El gimnasio funciona como un paréntesis de silencio frente a la intensidad social de la residencia, un lugar donde abstraerse y reequilibrar cuerpo y mente.
Plantas de habitaciones. Dormir, estudiar, descansar. En esos momentos duros del curso, el pasillo no debe convertirse en un túnel hacia la “sala de torturas” de los exámenes. Debe entretener, sorprender, dirigir la mirada hacia estímulos que alivien la rutina. Un proyecto más formal quizá los haría neutros y correctos; aquí se buscó algo más: informalidad controlada, guiños visuales, materiales cálidos pero resistentes, y soluciones constructivas pensadas para evitar deterioros y prolongar la vida útil.
Dada la variedad de tipologías, se diseñó un mobiliario tipo “mecano” que permitiera optimizar la ejecución: según las dimensiones de cada habitación, se instalaban más o menos piezas. Los baños se prefabricaron y diseñaron en taller, facilitando la obra sin perder calidad ni detalle.
Jardín y exteriores. La residencia cuenta con un jardín inmenso y unas vistas privilegiadas al Parque del Oeste y a la Casa de Campo: un lujo inesperado en Madrid. Como decía Lina Bo Bardi, “el exterior es también una habitación”. Diseñar mobiliario específico para el jardín resolvió la falta de espacios comunes interiores y fomentó un uso activo del exterior para estudiar, descansar o socializar rodeados de naturaleza.
Salón de actos. Se concibió como un espacio multifuncional. El mobiliario, diseñado a medida, puede desaparecer integrándose en las paredes, dejando la planta libre para eventos. La mayor parte del tiempo, este mobiliario se despliega para ofrecer configuraciones diversas que facilitan el estudio, el trabajo colaborativo o la comunicación social.
La vida universitaria es un juego serio: se estudia, se crece, se vive intensamente. El diseño que la acoge debe resistir el tiempo sin aburrir, convertirse en parte de esos recuerdos que, años después, aparecen con una sonrisa. Un espacio que, sin que lo notes, también te educa en la belleza y en la sensibilidad.